Tumores prostáticos.
Tumores prostáticos. Es impropio designar esta lesión, como suele hacerse, con el nombre de hipertrofia de la próstata, pues la hipertrofia se presenta también en las inflamaciones. Hay que distinguir el adenoma (o, mejor, adenofibromioma) de la próstata; y el cáncer.
A) Adenoma prostático. Es muy interesante su diagnóstico precoz, ya que en las primeras fases del proceso puede intentarse un tratamiento médico, que no será posible si se espera a que esté establecido el gran cuadro prostático, que sólo el especialista puede acometer.
Se supone que el adenoma prostático es una reviviscencia de la parte utricular de la próstata, que, embriológicamente, es un vestigio del conducto de Müller, que da lugar en la mujer a la formación del útero, y que en el varón queda atrofiado, originando ese utrículo prostático que representaría al útero masculino; al declinar la increción testicular, este vestigio feminoide se hipertrofiaría, de donde la utilidad de su tratamiento por la hormona testicular. Pero otros arguyen que el adenoma se forma tanto a expensas de la porción utricular o feminoide como de las partes puramente glandulares de la próstata que rodean a la utricular, y que derivan del conducto de Wolf, de progenie netamente masculina. Además, el tratamiento con la hormona testicular, aunque alivia algunos síntomas, funcionales de los prostáticos, no produce la atrofia del adenoma. Este alivio se observa también en casos de prostatitis crónica en los que no puede invocarse la patogenia endocrina (observaciones mías). Finalmente, es indudable que la castración va seguida de la atrofia de la próstata (cierto que principalmente de las partes wolfianas), por lo que clínicos antiguos recomendaban la castración en el tratamiento de los grandes adenomas prostáticos y hoy se preconiza de nuevo como remedio heroico en el cáncer de este órgano. En suma, la patogenia del adenoma prostático no está aún plenamente aclarada.
1. El adenoma prostático aparece en la época de la involución masculina (después de los cincuenta años), ya en sujetos con antecedentes de inflamaciones genitales, ya sin estos antecedentes. Durante más o menos tiempo, la lesión se reduce a una pluriestratificación ortoplástica de los acinis, realmente preadenomatosa, con síntomas que, repito, son sumamente interesantes para el clínico: polaquiuria nocturna, sobre todo en la primera parte de la noche, que puede ser la única manifestación; y, en un hombre de esta edad, debe bastar para plantear el problema del diagnóstico. Además, puede haber disuria (dificultad al comenzar a orinar, lentitud y escasa proyección del chorro), pesadez dolorosa local, erecciones matutinas, a veces casi priapismo doloroso. Todos estos síntomas suelen aliviarse espontáneamente por temporadas, sobre todo si el enfermo se atiene a ciertas pautas (ejercicio moderado, abstención sexual, comida racional, buen funcionamiento intestinal). Si el adenoma sigue creciendo, los síntomas se acentúan.
2. Puede, en efecto, aumentar el adenoma de tamaño. Clásicamente, se admiten tres grados: hipertrofia moderada (menos de 25 g de peso), que corresponde a la fase inicial que acabo de describir, hipertrofia, media (entre 25 y 75 g); e hipertrofia intensa (de más de 80 g). En estos dos últimos grados, los síntomas iniciales (polaquiuria, disuria, molestias locales) se acentúan, y aparecen los síntomas de retención y los fenómenos generales. La vejiga, en efecto, se vacía incompletamente, y al fin sobrevienen fenómenos de retención, con incontinencia por rebosamiento (Þ), y, a la vez, dispepsia, con mal estado general, que, a veces, hace pensar en el cáncer; aparecen después fenómenos suburémicos (es muy típica, sobre todo, la sequedad brillante de la piel de la cara, sobre las mejillas); y, quizá, piuria por infección secundaria con fiebre urinaria (Þ). El tacto rectal descubre, en lugar de la próstata normal (dos almendras lisas y firmes, unidas por su parte inferior, con una depresión intermedia), la hipertrofia, que suele afectar al lóbulo medio —desapareciendo la depresión— y a los laterales (70 por 100); sólo al lóbulo medio (15 por 100); sólo a los laterales (10 por 100); o al medio y uno de los laterales (5 por 100). Su superficie es lisa y firme, pero no leñosa. Puede haber, con menos frecuencia, hematuria, orquiepididimitis, cálculos vesicales, pielonefritis, pionefrosis, esclerosis vesical. El diagnóstico se plantea sobre todo con la prostatitis crónica y con el cáncer. Ayudan a él la cistoscopia (principalmente el abultamiento del cuello vesical y otros detalles, que interpretará el especialista) y, si es preciso, la radiografía con lipiodol, que demuestra el alargamiento de la uretra prostática, la elevación de la base de la vejiga por la masa tumoral subyacente, etc. Es casi constante, a veces precoz, y siempre de gran valor para el operador, el aumento de azoemia (Þ). Hay casos con eosinofilia (Þ), sin interés diagnóstico.
B) Cáncer de la próstata. Durante mucho tiempo es difícil diferenciarlo del adenoma, pues sus síntomas son iguales; la caquexia es tardía y puede existir también en el adenoma, y las metástasis pueden tardar en aparecer. Se cita la precocidad y frecuencia de las hematurias y la intensidad de los dolores irradiados, sobre todo ciáticos. La palpación rectal descubre una tumoración más irregular y más dura que la del adenoma, pero, por lo general, menos voluminosa. La radiografía muestra, en bastantes ocasiones, una imagen lagunar, típica. No obstante, es frecuente que el diagnóstico se haga histológicamente, después de la operación. Tiene gran interés para el clínico el que, a veces, aparezcan las metástasis antes de que el cáncer haya dado lugar al síndrome prostático; por ejemplo, una metástasis ósea con fracturas espontáneas; un cáncer secundario del hígado o del pulmón, etcétera; por ello, en todo cáncer, la próstata debe explorarse cuidadosamente. La investigación de la fosfatasa ácida, tiene, en los casos dudosos, valor que puede ser decisivo (Þ). Específicamente prostática es la fracción inhibible por L. tartrato.
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