Cateterismo duodenal.
Esta maniobra, de valor terapéutico interesante, lo tiene menor, pero apreciable, para el diagnóstico. Actualmente, ante las nuevas técnicas, ha caído en desuso. Consiste en hacer tragar al enfermo una sonda de Einhorn hasta que la oliva llegue al duodeno; la aspiración por medio de una jeringa nos permite obtener el contenido duodenal: mezcla de jugo duodenal, pancreático y biliar. El paso de la oliva de la sonda por el píloro se denuncia porque la jeringa deja de extraer el jugo gástrico, ácido, y extrae el jugo alcalino, amarillo, del duodeno.
I. Si el líquido duodenal contiene sangre, que no se había encontrado en el líquido gástrico, nos puede indicar, con reservas, la existencia de una úlcera duodenal.
II. Se puede intentar el estudio de los fermentos del jugo pancreático en el jugo duodenal, principalmente la tripsina y la lipasa; pero es una investigación propensa a muchos errores y poco empleada.
III. El empleo diagnóstico más frecuente del cateterismo duodenal se refiere a la función biliar.
Al entrar la sonda en el duodeno, mana una bilis amarillenta, procedente del colédoco (bilis A); a veces, la excitación de la sonda hace que esta primera bilis pase al intestino y al catéter no la recoge. Obtenida esta primera bilis, se inyecta con la sonda una solución de sulfato de magnesio, que produce una excitación artificial del sistema biliar y su vaciamiento en el duodeno: la sonda recoge entonces, tras una nueva cantidad de bilis A, amarilla, coledócica, otra bilis oscura viscosa, procedente de la vesícula (bilis B); mana generalmente a partir de los quince segundos de la ducha magnésica y su cantidad alcanza a 30 o 50 cc. Al cabo fluye otra vez un líquido biliar fluido, amarillento-dorado, que se supone procedente de los canales biliares (bilis C).
A) Las alteraciones de la bilis A no tienen interés diagnóstico.
B) Mucho más importante es el estudio de la bilis B. Su análisis químico da, normalmente, estas cifras: colesterina, 1 a 1,50 g por 1.000; pigmentos biliares, 40 unidades; sales biliares, 8 a 12 g por 1.000; urobilina, 60 a 80 unidades; urobilinógeno, reacción muy positiva. Se han encontrado variaciones de estas cifras en distintos estados patológicos; por ejemplo, en las colecistitis inflamatorias habría aumentado de colesterina, de sales y de pigmentos, y estarían disminuidos en las colecistitis litiásicas; pero son datos sin valor decisivo, por ahora. Su semiología útil es la siguiente:
1. La ausencia comprobada de bilis B significa la supresión funcional de la vesícula:
a) Por cálculos que la llenan, por enclavamiento de un cálculo en el cístico o en el colédoco. Esta obstrucción por cálculos biliares y la de origen catarral suele ser incompleta y, por tanto, dejar pasar una pequeña cantidad de bilis B.
b) Por esclerosis atrófica de la vesícula (Þ).
c) Por ictericia catarral (Þ).
2. La abundancia excesiva de bilis B, con hiperconcentración de pigmentos, de urobilina, de colesterina, indica un éxtasis vesicular.
3. En estado normal la bilis B no contiene apenas células (escasas células epiteliales, algunos hematíes y leucocitos). Si hay inflamación vesicular, aparecerán numerosos de estos elementos; los leucocitos pueden ser copiosísimos si hay supuración. Las células epiteliales pueden ser de origen duodenal y no tienen significado patológico.
4. Pueden aparecer también pequeñas concreciones colesterínicas, que inducen a la sospecha de cálculos.
5. La investigación bacteriológica de la bilis B puede ser positiva para diferentes gérmenes, que sólo se tomarán en consideración diagnóstica cuando son reiteradamente uniformes y constantes. Más valor tiene el hallazgo de parásitos, como tricomonas, amebas, y, sobre todo, lamblias; aunque éstas puedan encontrarse en sujetos normales.
C) El estudio de la bilis C (que puede faltar en la exploración por contingencias accidentales, no raras) no tiene valor diagnóstico.
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